03 April 2021

Saludo Pascual de fray Miljenko Šteko, ministro provincial de la Provincia Franciscana de Herzegovina

Fecha: 02.04.2021.

Los apóstoles caminaron tras Jesús durante unos tres años, y por él dejaron tanto el trabajo como la familia. Día tras día escuchaban sus discursos, compartían con él sus vidas y el pan de cada día, veían sus milagros. Por lo tanto, tuvieron muchas oportunidades de conocer a Jesús como persona. Y, sin embargo, Jesús siguió siendo un enigma para ellos hasta el último día de su vida terrena. Ellos, sin embargo, lo siguieron todo ese tiempo, pero a causa de algunos hechos suyos se escandalizaban y tropezaban. Cada vez que Jesús trataba de decirles quién era, se quedaban estupefactos y sorprendidos, incapaces de seguirlo en su pensamiento, porque eso estaba en conflicto con la imagen que tenían del Mesías. Cuando comenzó a decirles que sería arrestado, condenado, torturado y asesinado, algo así no les entraba en la cabeza de ninguna manera, lo negaban hasta el punto de que Pedro —probablemente impulsado no solo por sus propios pensamientos, sino también a base de las reacciones de otros discípulos— comenzó a oponerse a este plan de Jesús, increpándole: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! ¡Eso no puede pasarte!” (Mt 16, 22). Cuando, en la transfiguración, anunció su resurrección a los tres apóstoles (Pedro, Juan y Santiago), Jesús les prohibió hablar de esto a nadie antes de que sucediera. Ellos guardaron silencio al respecto, pero estaban asombrados y discutían entre sí sobre lo que significaba “resucitar de entre los muertos” (Mc 9, 10). Eso tampoco les entraba en la cabeza. Resumiendo, podríamos decir: lo que los apóstoles escucharon mientras caminaban con Jesús, lo que vieron en Él y en torno a Él, lo que experimentaron y vivieron con Él de una u otra forma, todo les indicaba que se trataba de alguien Grande, pero todo esto aún no era la imagen de la plenitud de Cristo, de Cristo total.

Los apóstoles conocieron a Cristo total sólo después de la Resurrección, cuando Jesús se les apareció como el Señor Resucitado, con las llagas del Viernes Santo y se mostró entero, en su plenitud, al mismo tiempo que les dio el Espíritu Santo, que los introduciría a toda la verdad de las palabras que había pronunciado durante su vida terrena. Entonces quedó claro para los apóstoles, y para otros discípulos, que el Mesías primero tuvo que pasar por el sufrimiento y la muerte para alcanzar su gloria.

Nosotros tenemos más de lo que tenían los apóstoles durante la vida terrena de Jesús. Ellos tenían a Cristo no glorificado, al que no podían conocer hasta el final, porque no se había revelado plenamente, a Cristo que aún no había completado la obra de la salvación de los hombres, que aún no habitaba con ellos día y noche en la Eucaristía. Y ¿nosotros? A nosotros nos ha tocado vivir en el tiempo después de que Dios borrara nuestra culpa, por medio del sacrificio de Cristo, y nos mostrara el amor perfecto y la misericordia perfecta, de la que Pablo habla en hebreos (cf. Heb 8,11-12). Todos los días, al alcance de la mano, tenemos lo valioso, lo más precioso del mundo y del universo. En medio de nosotros, tenemos la presencia salvífica permanente de nuestro Señor, nacido de María, que por nosotros fue torturado y crucificado, resucitado y en el pan de vida regalado. Sólo éste es el Cristo plenamente revelado, crucificado y resucitado, entre nosotros permanentemente presente en la Santísima Eucaristía.

Pero la resurrección de Jesús también clama nuestra resurrección. Sólo cuando el cuerpo místico total de Cristo resucite, se llegará al cumplimiento. Así como a los padecimientos de Jesús, según san Pablo, le faltan nuestros sufrimientos (cf. Col 1, 24), así también a Su resurrección le falta nuestra resurrección. Deseo que todos nosotros, al final de los tiempos, y con nuestra gozosa resurrección participemos en el cumplimiento de la resurrección y, con ello, en el cumplimiento del plan de Dios para con el hombre. Ante nosotros está un serio deber cotidiano, el de identificarnos lo más posible con nuestro Señor, a través de muchas adversidades, incluso a través de esta terrible pandemia, para que un día podamos identificarnos con Él en la resurrección también. En lugar de juzgar el comportamiento de los demás, sería mejor que cada uno de nosotros tuviera el valor de examinarse a sí mismo (cf. Mt 7,3-5; Lc 6,41-43); porque nada ni nadie puede sustituir la responsabilidad personal de cada uno. ¡En ese espíritu, deseo a todos una Feliz Pascua de Resurrección!

Fray Miljenko Šteko,

Ministro provincial