16 April 2022

Últimamente, se hace claro cuan impotentes somos en este mundo. Al presenciar muchas imágenes devastadoras, nos preguntamos si es posible que algo así esté sucediendo en nuestro mundo. Nuestras almas están en constante espasmo y con miedo de preguntarnos qué sucederá, ¿dónde está el final?

Y cuando nos recogemos un poco, precisamente  esta experiencia de impotencia es la que nos ayuda a darnos cuenta de que necesitamos confiar en su omnipotencia. "Sin mí no podéis hacer nada", dice Jesús (Jn 15, 5). Con Él somos omnipotentes. Toda nuestra fuerza está en nuestra impotencia, porque entonces nos quedamos con el hecho de que “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4,13). Por su poder podemos, en cualquier momento conveniente o inconveniente, sembrar la palabra de Dios, soportar el sufrimiento, hacer la obra de predicar la Buena Nueva y cumplir con nuestro deber hasta el final (cf. 2 Tm 4, 2.5).

Y el mundo de hoy necesita necesariamente la noticia del acontecimiento más importante que el Cielo ha dado a la humanidad: en este planeta nació hace dos mil años el Hijo de Dios, que vivió por el hombre, trabajó y padeció por el hombre, oró  y murió por el hombre, pero también resucitó. Haga lo que haga el mundo, sea lo que sea, no puede saciar el hambre de vida real, la sed de alegría verdadera, la necesidad de paz verdadera.  De la  vida. ¿¡Y quién puede darle más vida, más alegría y más paz que Aquel que dijo de sí mismo “Yo soy la vida”!? (Jn 14, 6)

El hombre  siempre seguirá siendo  capaz de morir de hambre por Dios, porque Dios mismo se ha encargado de sembrar en el corazón humano una inquietud dichosa, un anhelo insaciable del Creador. Hablar a la gente de ideales nunca es en vano, porque la fuente de los ideales es una sed ardiente de eternidad, un anhelo de Dios. O, como dijo una vez Friedrich Schlegel, lo más noble de nuestra naturaleza. ¡Ahí está suficiente espacio para nuestro actuar hoy!

Y si la vida nos ha cansado, Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviare. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Así es como encontraréis la paz con vuestras almas. Mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30). ¿Hay alguna invitación más bonita que esta? Ninguna invitación hecha a la humanidad se puede comparar con esta. El Señor nos ofrece todo,  lo nuestro es sólo  responder y venir. Es especialmente beneficioso cuando estamos presionados por el cansancio y el agobio. Es una llamada a vosotros, que os perturban las cosas cotidianas, a vosotros que quizás estáis  en el hospital esperando la información que difícilmente recibiréis, a vosotros que lucháis cada día para llevar a vuestro hijo por el camino correcto, a vosotros que estáis agobiados por cuestiones existenciales, a vosotros que buscáis sentido, completamente perdidos y apegados a ideales equivocados, a vosotros que teméis a las amenazas diarias hechas desde las pantallas pequeñas y grandes! A vosotros que camináis en momentos difíciles de dolor y oscuridad. De hecho, todos nosotros, sin excepción, podemos encontrarnos en las palabras de cansancio y agobio de Jesús.

Bajo los rayos del sol Pascual, Jesús, junto con la suya, rompe también nuestras lápidas pesadas y nos introduce en una vida nueva. Rompe lo débil y cansado de nuestra vida, lo que está estancado en ella, lo que hay en ella sin vida y sin amor. Rompe las lápidas de nuestra soledad y culpa y nos introduce en la amplitud de su amor Pascual.

En el espíritu de ese amor de Cristo y de su infinita misericordia, ¡les deseo a todos una feliz y salvadora Pascua!

Fray Miljenko Šteko, OFM